Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
El pensamiento crítico Una historia de idas y vueltas 2. Platón
Pasemos, pues, a Platón. El fue un crítico de la sociedad de su tiempo, de sus instituciones, de su educación, de sus educadores. La muerte injusta de Sócrates lo decidió a dedicarse a la filosofía para corregir la vida de la polis en Grecia: deseó con desesperación que no volviese a ocurrir tal “crimen” legalmente protegido y llevado a cabo por el sis-tema judicial de la ciudad que se declaraba la más justa de la Grecia.
El frente crítico que abrió Platón fue amplísimo. Se debatió con los mi-tos homéricos, con los rituales dionisiacos, con la poesía de los trágicos y la ficción de sus dramas y sus máscaras, con las obras de arte, con la retórica de los sofistas en los tribunales de justicia y sus concepciones filosóficas (del conocimiento, de la naturaleza y de las convenciones de cultura), con los regímenes de gobierno, con pensadores anteriores a él como Heráclito y Parménides (a quien “mató” en su famoso “parrici-dio”), con las propuestas vigentes para una investigación confiable, verdadera, “científica”, de las cosas naturales, educativas, artísticas, cognitivas, políticas, divinas. Todo tuvo que rendir cuentas ante él. Na-da escapó a su juicio. Juicio que gozó por siglos de una autoridad sin par, tanto respecto de lo que combatió como respecto de lo que propu-so, convencido como estaba de que sus planteos eran más ajustados a la realidad del mundo humano y mejores que los de los demás.
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Platón fue crítico de la religión olímpica oficial. En realidad su blanco fue el “mitólogo” principal, el más poético y el primero de los trágicos, educador de la Hélade (República 606 e – 607 a): Homero, asociando con él a Hesíodo.1 Y la emprendió, como antes Pitágoras, Jenófanes y Heráclito lo habían hecho, contra la figura deshonrosa de los dioses que la letra de los poemas parecía deleitarse en mostrar. También Pla-tón consideró que debía purificar el Panteón olímpico, lleno de dioses, semidioses y héroes “impresentables”, hechos a imagen de los señores de la Jonia a quienes les cantaban la Ilíada y la Odisea. No eran esos dioses y esos señores ningún dechado de virtudes. Al contrario. Y me-nos aún eran modelos para su época. A sus ojos se trataba de figuras de la imaginación filosóficamente inadmisibles, por lo que había que censurar a Homero y Hesíodo, máxime teniendo en cuenta que con ellos se educaban a niños y jóvenes quienes “no son capaces, sostiene Platón en la República, de discernir cuándo hay en sus letras intención alegó-rica () y cuándo no”. Platón recomendaba entonces no hacerle caso:
a Homero ni a ningún otro poeta cuando cometen tan necios errores() respecto a los dioses. 379 d.
Además, se constituyó a sí mismo en “crítico de arte”. Dio su juicio de cómo creía que debían ser no sólo la poesía épica y la trágica por sus
1 La crítica de Platón se convierte en juez de los poetas para determinar qué es admisible y qué no en ellos. “Debemos, pues, según parece, vigilar (o sea, someter al juicio de nuestro saber razonado) ante todo a los forjadores de mi-tos y aceptar los creados por ellos cuando estén bien y rechazarlos cuando no. Habrá que rechazar la mayor parte de los que ahora cuentan (Sócrates). ¿Cuáles? (Adimanto). Los que nos relataban Hesíodo y Homero, y con ellos los demás poe-tas” (Rep. 377c-d). Es interesante notar que Platón usa en este pasaje el verbo dual al hablar de los dos grandes poetas, emparejándolos de alguna manera.
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indudables efectos políticos y educativos, sino también las músicas, los bailes, las representaciones dramáticas, las pinturas, los banquetes y festines comunitarios (incluyendo hasta cuánto vino debiera permitirse beber en ellos). Su diálogo Las Leyes da testimonio de esto. En su obra, la cultura entera de la Grecia de su tiempo cayó bajo su mirada crítica, su censura, su normativa. Buscó con ahínco monumental esta-blecer el sentido que, en su opinión, debían tener las expresiones esté-ticas, dado el papel necesario e indelegable de estas en la formación del polités, en la educación o paideia del ciudadano griego.
Un capítulo poco citado de estas luchas platónicas, que merece la pena ser conocido, es el que emprendió contra las danzas báquicas en Las
Leyes, a las que prohibió por no ser “políticas” (815 c), o sea por no contribuir, en su opinión, en nada a una vida sensata, armónica y tran-quila en la polis, polis que era la única manera concebible para un griego de alcanzar un vivir verdaderamente humano.
Platón no fue original en su rechazo a expresiones del culto dionisiaco. Ya lo vimos en Heráclito. Cuando en el siglo VI vuelven a irrumpir en la vida cultural griega celebraciones de divinidades telúricas, verdadera-mente populares (se reconstruyó el templo de Deméter, se abrió paso al culto de Cibeles y Dionisos, surgió el ditirambo y la tragedia), la re-ligión oficial griega las resistió. Sobre todo combatió al dionisismo porque su irrupción fue mucho más “bochinchera” y “escandalosa” que los Misterios del culto tradicional a Deméter en Eleusis.2
2 Cf. C. EGGERS LAN, Introducción histórica al estudio de Platón, Bs. As., Eudeba, 1974. He tratado largo y tendido la crítica del Platón a la religión homérica, y a la religión dionisíaca sobre todo, en Dionisos el Perturbador. Perspicacias y cegueras de Platón, C. Rivadavia, UNPSJB, 1998.
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Sus “orgías” – cuya etimología quiere decir tan sólo “actuaciones ritua-les” -, con sus danzas de posesión, sus borracheras, sus rituales fáli-cos, el abandono del hogar y el desenfreno de las mujeres, el devorar carne cruda y el descuartizamiento toros y terneros, en una palabra, todo el delirio “maníaco” con que se manifestaba lo dionisiaco (de apa-riencias demencial por su anormalidad), resultaban inadmisibles para el ethos de la religión olímpica oficial3. Penteo en Las Bacantes de Eurípi-des es una figura representativa de ese rechazo a manifestaciones del culto consideradas por él “una afrenta para la Grecia” (v. 778-786).
Sin embargo, como se sabe, la desmesura de Dionisos terminó por im-ponerse y fue aceptado en Delfos, en el templo de Apolo, dios de la medida, el orden y la moderación (como suele ser el estereotipo des-pués de Nietzsche aun a sabiendas que hay rasgos no “apolíneos” en Apolo). Allí quedó sujeto y morigerado. Con lo que, según apunta Nils-son, Apolo venció la epidemia, no oponiéndose ni suprimiéndola sino en-cuadrándola dentro del ordenamiento cultual de su templo en que per-día su elemento más provocador y peligroso.4 Pese a todo siguió siendo visto el culto de Dionisos con cierta desconfianza resignada y sobre él recayó la crítica de Platón y trató de contenerlo y “sofrenarlo” aún más: sólo admitió expresiones de su culto “razonables”, que guardan la “justa” medida del vino y el canto, como lo impone el legislador dice en Las Leyes (671 b).
Pero fue tajante en la censura de las danzas báquicas, danzas de tran-ce y posesión propias de Panes, Sátiros y Silenos, porque según él re-
3 En la Ilíada, donde hizo Dionisos su primera aparición literaria, el epíteto que Homero le adjudica es el de mainómenos: “el enloquecido”. 4 Historia de la religión griega, Bs. As., Eudeba, 1961, p. 259.
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medaban a personajes embriagados (815 c).5 No podía ver en tales bai-les ningún tipo de posesión divina: a su juicio se trataba de meras con-ductas humanas inmorales, mero desenfreno y licencia irracional, com-portamientos vulgares y viles, impropio de hombres libres (valdría la pena leer el pasaje de La República 399 d – 400 b), incompatibles con el autodominio de la sofrosyne greco-platónica, que mostraría - ella sí -lo “divino” en el hombre.
Da un paso más en su furor crítico. Pues, si bien en el Fedro (244 d-e), en un pasaje famosísimo,6 Platón acepta los rituales dionisiacos (junto con la manía profética, la poética y la del amor), por ser capaces de li-berar de enfermedades, males y sufrimientos (aunque es cierto que sólo admite su capacidad terapéutica cuando el furor delirante y la po-sesión - esto es, la manía - se den “de la manera correcta”7), en Las Le-
yes (815 c) en cambio rechaza las danzas báquicas características de cierta clase de ritos de purificación e iniciáticos ( ). Esta última condena mucho más am-plia, conjeturan algunos, radica en que las locuras que engendra el fre-nesí báquico desatado son miedos enfermizos producidos por una mala disposición del alma, miedos que revelan cobardía. En cambio la ciudad necesita el coraje en sus habitantes todos, y no sólo en sus guardianes y guerreros y ha de buscar las formas de inculcarlo. Entre ellas, las
5 G. Rouget se queja, con razón, de esta reducción de la coreografía báquica a la imitación de la borrachera. Ver La Musique et la transe, Paris Gallimard, 1980, 291. 6 Famoso, entre otras cosas, porque en 244 a dice: “el caso es que los mayores bienes se nos originan por locura [manía]”, pero sólo por las que son otorgadas por don divino y no, como puntualiza en 265 b, las que se originan en enfermeda-des humanas. 7 Quizás, apunta Rouget en la obra recién citada, “manera correcta” quiera decir la forma ritual oficialmente institucionalizada. O. c., 295.
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Otro tema de su crítica, tratado en la República y en Las Leyes ha sido el de los sacrificios y plegarias () con que se cree que se puede influir en la divinidad. Con palabras muy duras, considera que esta creencia en que se puede seducir fácilmente a los dioses es una impiedad, lamentablemente muy frecuente en “los más” y “peores”de los hombres (Las Leyes, 885 b, 888 c, 948 c). Y en República (364 b-e) condena a los charlatanes y adivinos () que van llamando a las puertas y les convencen de que han recibido de los dio-ses el poder para borrar, por medio de sacrificios (o conjuros (), realizados entre regocijos (’‘ y festejos ‘) cualquier falta que hayan cometido alguno de ellos o de sus antepasa-dos. Y si alguien desea perjudicar a un enemigo, prometen por poco di-nero que le harán daño valiéndose de encantos o ligámenes ya que, ase-guran, los dioses persuadidos los ayudan. O hacen creer a particulares y a ciudades enteras, que bastan sacrificios y juegos placenteros para lograr ser absuelto y purificado de toda iniquidad en vida e incluso después de la muerte. Cualquier comparación con lo que hoy sucede en-tre nosotros corre por cuenta del receptor de estas citas.
Por supuesto, no faltaron ya en la antigüedad sus censores críticos, sus opositores, que con ojeriza y desagrado llegaron incluso a burlas sar-cásticas incisivas a pesar a su enorme prestigio, o quizás por eso mis-mo. Cínicos como Antístenes y Diógenes mientras vivía, y después epi-cúreos griegos y romanos fueron los principales detractores de su doctrina. Veamos un botón de muestra a raíz de las danzas báquicas.
8 Cf. mi Dionisos el Perturbador, pp.14-25.
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Expuse que Platón las rechazó. No guardaban a su juicio la solemnidad o moderación exigidas, según él, por los fenómenos rituales de piedad y religiosidad verdaderas. Al contrario, se expresaban con contorsiones y movimientos exagerados y violentos, desbocados y ebrios. Movimien-tos que quebraban el comportamiento que, en su opinión, hacía posible un vivir bien y dichosamente en la ciudad (Las Leyes, 816 a-d). Y los ca-lificó de enloquecidos () y desordenados (), por no adecuarse - en su visión astral y teológica de la naturaleza - al movi-miento perfecto de las esferas (897 d). Bien, Cicerón en su obra Sobre
la naturaleza de los dioses, II 47, pone en boca del epicúreo Veleyo la siguiente crítica en forma de chanza a la teología astral de Platón: “admiraré la torpeza de quienes pretenden que un ser viviente, inmor-tal y, a la vez, bienaventurado sea esférico porque Platón niega que haya alguna forma más bella que esa. Pues a mí me parece que es más hermosa la del cilindro, la del cubo, la del cono o la de la pirámide”.
Respecto de los cuestionamientos críticos que hagamos hemos de ser criteriosos y precavidos. Suele suceder que se convierten en pautas y valores universales lo que de hecho son gustos y disgustos particula-res, personales o propios de la cultura en que uno fue criado (lo que hemos mamado desde pequeños se torno para nosotros “evidente”9 y proyectamos esa “evidencia” a los demás; de lo contrario. ¡los descali-ficamos!, como Aristóteles descalificó a quien no admitía el principio de contradicción llamándolos “planta” u “hortaliza”, , Metafísica9 Santo Tomás, nada menos – más allá de que haya o no sacado todas las conse-cuencias de este hecho -, veía esto con mucha claridad: “La costumbre, y sobre todo la que arranca desde la niñez, adquiere fuerza de naturaleza; por esto sucede que admitimos como connaturales y evidentes las ideas de que estamos imbuidos desde la infancia”. Consuetudo, autem, et praecipue quae est a puero, vim natu-rae obtinet: ex quo contingit ut ea quibus a pueritia animus imbuitur, ita firmiter teneat ac si essent naturaliter et per se se nota. Summa contra Gentiles, I, c. 11.
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1006 a 15); o, con más frecuencia y sutileza, se dan por significados naturalmente válidos para todo el mundo lo que son prejuicios e inter-pretaciones equivocados pero vigentes en un círculo de estudiosos (herederos de una tradición intelectual dada), o vigentes en el campo científico o profesional que en que uno ha sido formado y adoctrinado. Que la esfera o el movimiento circular sean figuras geométricas, co-reográficas o cursos astrales perfectos, y, encima, signos de la per-fección divina, no dejó de ser una creencia epistemológica muy perso-nal y etnocéntrica de Platón. ¡Ojo!: ningún antiplatónico puede decla-rarse exento de caer en este tipo de etnocentrismo subjetivo.
Bien, pero sigamos con Platón porque sus críticas a la cultura helénicano se detuvieron en cuestiones religiosas (y eso que apenas he mencio-nado unas pocas en función nuestro objetivo). En la República la em-prendió no sólo contra la poesía sino también contra la pintura y toda arte representativa o imitativa (), pues según él ellas distor-sionaban la realidad para dar nada más que una sensación de realidad;de hecho daban, creía él, una mera apariencia de ella. Por ejemplo, se quejaba de que ciertas artes miméticas no ponen en nuestras manos –como lo hacen las artes miméticas de los artesanos - ni utensilios ni herramientas. Tampoco nos ponen delante las cosas de la naturaleza (v. g., un árbol o una montaña), u hombres y mujeres de carne y hueso con sus ocupaciones, sentimientos y saberes reales, sino de delante de se-res fantásticos, fantasiosos, fantasmales en palabras, en pinturas o en el teatro (repite esta condena en El Sofista, 266 c-d).
Esas artes eran para él productoras de imágenes (- , hacedoras pues de meros simulacros de las cosas (Sofista 235). Eso implicaba que no sólo producían apariencias o som-bras fantasmales sino, por lo mismo, también eran artes del engaño o la
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mentira: creadoras de lo irreal, artes del embuste y lo ficticio. Artes que nos hacen creer en cosas que son mera ilusión de realidad. Ilusión del teatro, donde los que mueren no mueren. Ilusión de la pintura figu-rativa, en la que unas uvas no se pueden comer ni son uvas. O en la que una cama no es cama ni se puede dormir en ella. Camas especulares co-mo las de los espejos; “virtuales”, diríamos hoy, no nacidas de señales electrónicas digitales como ahora sino de pigmentos y aceites, en las que nadie puede dormir como se duerme en las reales, esas que hace un carpintero. Camas reales estas últimas ya de por sí bastante defectuo-sas con relación a (una idea de) la cama perfecta que no se deteriora ni arruina con el tiempo, insistiría Platón.
Pero ya lo vimos: también él es criticable en este aspecto. como cual-quier crítico de arte. Al calificar las producciones literarias y artísti-cas de meras sombras, ecos y fantasmas, dio a entender que no enten-día muy bien la realidad de esas imágenes ni la de la ficción por míme-sis. Pues, de hecho no se trata de “copias” o “reproducciones” o “re-presentaciones” sino de auténticos originales, como son “originales” y únicos Aquiles, Agamenón, Helena, Clitemnestra, Ulises, Antígona, Me-dea, Edipo, Penteo (y posteriormente lo serán Julieta, Romeo, Hamlet,Don Quijote, Madame Bovary, Martín Fierro, o Funes el memorioso). Ocomo lo son también todas las obras de las artes plásticas, las más fi-gurativas como las más abstractas, las más convencionales como las instalaciones más conceptuales.
Lo que el artista nos entrega no es un simulacro de realidad, sino la realidad misma de la obra, la realidad misma del personaje, la realidad misma del drama. La “emancipación formal de la imagen” no es una realidad venida a menos, degradada, que está en lugar de otra como
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Platón creía. No. Es la creación de otra realidad (tan real como una ca-ma, o como lo es Alcibíades, o la definición de círculo). Realidad otra que tiene entidad y valor por sí misma, sin remitirse a un original, del que sería copia o simulacro vicario y defectuoso.10 El crítico, pues, es criticable si no capta como debiera el sentido de lo que critica o está ciego ante él. Platón no podía ser la excepción. Pero en realidad su pos-tura tuvo una influencia enorme en Occidente, de modo que cuando se comenzó a mostrar su despiste y error, en este tema y en tantos otros, buena parte de los intelectuales con raigambre en el pensamien-to y la cultura europeos e imbuidos de espíritu crítico (y en algún casohasta haciendo alarde de ello), lo hizo blanco de su condena y rechazo.
Podemos aseverar, sin mayores dudas, que Platón – en su lucha contra los poetas y dramaturgos, contra los educadores de los ciudadanos atenienses y sus dirigentes a quienes junto con los sofistas quería des-plazar y desterrar -, construyó una imagen distorsionada, poco perspi-caz y crítica del poder revelador de las “imágenes” del arte poético, dramático y retórico - reproducciones “virtuales” -, según él, engaño-sas, falsificadoras, despistantes.11 Negó que los relatos homéricos y el
10 En la estética contemporánea, la reproducción indefinida de la obra es parte de su originalidad y de su efecto estético. La reproducción repetitiva no es una copia devaluada sino un nuevo original en sí mismo. Así lo expone María José Rossi: “El momento culminante llega cuando la imagen se desprende de todo residuo de rea-lidad, cuando ostenta sin nostalgia la perdida de todos los referentes, de todos los originales. Es así en Andy Warhol y su serie de latas Campbell, imágenes diferi-das, imágenes de segunda celebran la fiesta de la reproducción sin fin”. “El arte en el fin del siglo: Aproximaciones a una estética posmoderna”, en A. PEREZ LINDO (comp.), Nuevos paradigmas y filosofía I, Bs. As., Oficina de Publicaciones CBC, Univ. de Buenos Aires, 1996, 20-21. Ver también, G. DELEUZE, La lógica del senti-do, Barcelona, Paidós, 1989. 11 Inadmisible en alguien que se consideraba venido de la luz de las ideas del ex-terior de la caverna para liberar a los condenados en ellas.
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espectáculo teatral puedan ser considerados como una manifestación de verdadera realidad; una obra humana, con formas significativas y comunicativas específicas, que abre posibilidades y efectos de sentido acerca de la realidad como de hecho las abrió su obra filosófica (para gloria suya). Quizás por eso luchó contra esas narraciones y espectá-culos con ahínco denodado para reemplazarlos por sus propios relatos, tan imaginativos como aquellos. De ese deseo de reemplazo son testi-monio Las Leyes (817 b-d).12
No es de extrañar, entonces, que Platón les opusiera a esos originales sus propias ficciones: la de sus diálogos y de sus mitos controlados por el logos (Rep. 501 e), la de sus politeias gobernadas por filósofos o le-gisladas por ancianos (Las Leyes 685 a) y la de las máscaras de sus personajes (generalmente con Sócrates como protagonista – a quien no tiene ningún empacho en presentarlos retóricamente como un coriban-te llegado el caso). “En la vieja disputa entre la filosofía y la poética (Rep. 607 c), él tomó partido: quemó sus escritos poéticos o tragedias juveniles, arrinconó a la ficción del mito y de la máscara teatral (o del ritual dramático), y puso en escena las que el mismo construía.
Tuvo éxito: dejó su sello hasta hoy en el pensar de Occidente con una forma de hablar de realidades similar a la de los poetas. No creo que sea arriesgado afirmar que, en buena medida, su genialidad se muestra en este suceso.1312 Quizás por presentir su incongruencia, proclamó en su Carta VII que su verda-dera doctrina nadie la encontraría en sus escritos. 13 No podemos luchar demasiado tiempo contra un enemigo sin asemejarnos a él en rasgos o aspectos por los que lo combatimos. Lo interesante del caso es que, con frecuencia, con mayor frecuencia de lo que imaginamos, hemos deformado previamente esos rasgos para combatirlo. La deformación no siempre tiene que ser hecha deliberadamente, de propósito. Por lo general, se hace por prejuicio, por
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Pese a su éxito, insisto, pese a su lucidez extraordinaria, a toda su agudeza intelectual y a toda su perspicacia y puntillosos análisis, no se dio cuenta de que cayó en lo mismo que criticaba, que fue más homéri-co de lo que imaginaba, que también habría merecido él que se lo echa-ra de su ciudad ideal. Fijémonos a título de sugerencia nada más en lo que sucede con su imagen más famosa: la alegoría de la caverna.
En esa alegoría el conocimiento por imágenes pertenece al ámbito me-nos confiable del conocer, al ámbito ontológico más “degradado”: el lu-gar de las apariencias, en el que se proyectan las sombras engañosas que se toman por la verdadera realidad. Por tanto, se suelen colocar enel fondo de la caverna no sólo los relatos homéricos, sino también el drama de los trágicos, las pinturas de los artistas, y si se quiere el dis-curso de la sofística tal como lo presenta en El Sofista. Pues bien, eso quiere decir entonces que la imagen de la caverna creada por Platónpara enseñarnos sus convicciones en materia epistemológica, también es, de acuerdo a su propio discurso, una fantasía más. Que su propio
relato fantasioso puede ser ubicado en el lugar de las sombras que nos
entretienen y divierten lejos de la verdadera realidad. Relato cauti-vante sin duda pero que, por ser un simulacro, resulta engañoso, e in-cluso por eso mismo. ¡dañino y perjudicial! O sea, podemos calificarlocon los mismos calificativos con que él condenó la poesía de Homero.14ceguera, por ignorancia, por animadversión incontrolada y necia. Pero se hace. Y no es menos problemático el hecho de que los medios utilizados son siempre de-fectuosos y deformantes también ellos. 14 Es así como muchos antiplatónicos combatieron su idealismo, denunciaron la mentira de su mundo inteligible y condenaron sin suavidad su metafísica (soste-nida en la metáfora de la luz y la visión). Pero aquí estamos con Platón pensando contra Platón, siguiendo el método que sugirió P. Bourdieu de hacer avanzar nuestro conocimiento lúcido tomando un autor contra sí mismo: “Se puede pen-sar con un pensador contra ese pensador [.] Decir que se puede pensar a la vez con y contra un pensador es contradecir radicalmente la lógica clasificatoria en la
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La contradicción en la que parece sumergirse Platón se funda - vaya esto como sugerencia en este contexto - en el carácter ambiguo de su ficción. Pues, por un lado, pretendió pintar la realidad humana y por otro no la pintó como es: los hombres no vivimos en cuevas atados, mi-rando pasar sombras nada más.15 Condenó la irrealidad de las imágenes con una imagen exagerada, distorsionada e irreal ella misma.16
Crítico de Homero, de la poesía, la tragedia y las artes en general, em-prendió asimismo una lucha sin cuartel contra los sofistas de quienes, salvo casos muy excepcionales, tenía una opinión nada benévola. Escri-bió sobre ellos varios diálogos; y la idea negativa que se tuvo en Occi-dente de sus figuras y doctrinas se la debemos en gran medida a él. Por eso, hoy las posturas antiplatónicas, que abundan y prosperan con cierto éxito y consumo del mercado universitario, suelen reivindicar la figura y la filosofía de los sofistas atacados por el filósofo ateniense. cual se tiene costumbre – casi en todas partes, ay, pero sobre todo en Francia –de pensar la relación con los pensamientos del pasado. Por Marx, como decía Alt-husser, o contra Marx. Pienso que se puede pensar con Marx contra Marx o con Durkheim contra Durkheim, y también, seguramente con Marx y Durkheim co-ntra Weber y recíprocamente. Es así como marcha la ciencia”. Cosas dichas, Bar-celona, Gedisa, 1996, 57. 15 Platón insiste en otros diálogos con esta imagen. En el Fedón dice Sócrates: “Nosotros vivimos en las cavidades, pero sin darnos cuenta de ello, decimos que habitamos encima de la tierra”. 16 Es cierto que la duplicidad inherente tanto a la representación teatral o a la na-rrativa literaria, como a las acciones rituales o al lenguaje mítico o el discurso fi-losófico, en que todo tiene la ambigüedad o ambivalencia entitativa de ser a la vez real e irreal (habrá que pulir un poco más esta distinción; bastante más) nos pone en peligro constante de quedarnos con una sola de las dos caras de la ficción dramática. Es así como solemos tomar nuestras ficciones por reveladoras de ver-dades, si se las sabe interpretar, y aquellas contra las que luchamos por falsas o distorsionadas. A las nuestras no las interpretamos al pie de la letra. En cambio, nos complace la literalidad al interpretar las que nos disgustas o no entendemos por provenir de culturas cuyos códigos desconocemos. Por esto nos resulta tan fácil ridiculizarlas ante quienes piensan igual que nosotros.
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En El Sofista (234 c), comparando Platón la técnica retórica del sofis-ta con la del pintor – que da la ilusión de realidad a quien mira cándi-damente sus obras desde cierta distancia -, dice que aquél sabe volcar “palabras encantadoras en los oídos de los jóvenes, alejados todavía de las cosas reales”. El sabe cómo “presentarles meras apariencias verba-les (eídola legómena) acerca de todas las cosas, para hacerles creer que dice la verdad y que él es el más sabio de todos los hombres acer-ca de todas las cosas”.17 También la del sofista era en su opinión una técnica productora de ídolos y simulacros, con los que educaba a los jóvenes en el engaño, tanto por lo que daba a conocer en público como lo hacían los poetas y dramaturgos18, como por las lecciones con las que enseñaba en privado a buen precio. Se trata para Platón de una sabidu-ría de apariencias pero no de la verdad (233 c), con la desmesurada pretensión añadida de creer saberlo todo de todo y así presentarse ante sus posibles clientes por el hecho de manejar la sutileza de las palabras y los discursos. Palabras y discursos donde, no hay duda, se nos manifiestan los saberes acerca de las cosas y de lo que hay en el mundo. Curiosa condena esta de quien quiso abarcar todos los campos del saber y hablar a bárbaros y helenos con autoridad de sabio.
Su lucha fue la típica lucha, que todavía hoy continúa, entre los que se consideran los representantes legítimos de la ciencia rigurosa de la academia (sabemos de dónde salió el nombre), muchas veces tildados de “academicistas” por eso - un epíteto de crítica poco afectuosa -, y
17 Compárese con Rep. 598 b-d. “El arte imitativo [y el de los sofista es uno] está bien lejos de lo verdadero y la razón de que sea capaz de producir todo está en que no capta sino muy poco de cada cosa y ese poco es una mera apariencia ()”. 598 c. 18 Hoy diríamos que eran conferenciantes que atraían a mucha gente. Aristófanes se quejaba de que iban más gente a escucharlos que a ver sus comedias.
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los conferencistas de toda laya (que abundan en épocas de transición o crisis), innumerables veces despectivamente considerados unos charla-tanes por los científicos que se juzgan serios.
Siempre ha sido una tarea de la crítica seria poder discernir entre el
saber auténtico y la charlatanería, como un amante del buen vino sabe distinguirlo del de baja calidad o del adulterado. Esto no quiere decir, claro, que el crítico, con la mejor buena fe e intención, no pueda caer en lo mismo critica. He dado ejemplos de esto y lo veremos seguiremos viendo en Platón y en otros. Pero por más caídas que tenga no hay duda
que el espíritu crítico trata de acotar el margen de ellas y entre su la-
bor se encuentra establecer los criterios para lograr, en cuanto fuera
posible, el control de ese margen de inevitables contradicciones.
Tengamos en cuenta que la línea que separa el buen decir del defec-tuoso, el saber pulido del grosero puede llegar a ser muy fina, casi im-perceptible. Por otro lado, el saber puntilloso, que guarda todas las cautelas metódicas y evita o el disparate o planteos grosso modo o ba-nalidades superficiales de dilettante en su campo de experticia, de ninguna manera está inmune a caer en mismo que ataca (a veces con pasión casi irracional en su búsqueda de lo que entiende que es racio-nalmente admisible e inadmisible y en la rabiosa obsesión por exigirla a otros). Cae pues en lo mismo que combate cuando cede a la tentación de hablar sobre temas que no son estrictamente del ámbito de sus in-vestigaciones.19
19 En el resonante affaire Sokal, quedó claro que él cayó también en aquello que criticaba en los autores a quienes, no sin razón, puso bajo la lupa de su análisis cáustico y perspicaz. He escrito sobre esto en Snow, Sokal y después. Mario Bunge igualmente es un caso, casi patético, de estas fallas inaceptables en gente lúcida.
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Pero Platón fue continuador también de dos pesos pesados: Heráclito y Parménides. Y como buen discípulo se enfrentó críticamente con ellos. Se los suele presentar como dos filósofos con concepciones totalmente distintas. Y este estereotipo se lo debemos en alguna medida a Platón. Heráclito aparece como el defensor del movilismo total de las cosas, de que todo fluye y nada permanece. De allí su famoso “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Todo es devenir y cambio y ese cambio se-ría producido por la lucha de los contrarios que anida íntima y es cons-titutiva de todos los seres. Parménides en cambio aparece como el de-fensor del inmovilismo, de que el verdadero ser permanece siempre igual a sí mismo, sólido, fijo, sin cambiar. Heráclito campea con la me-táfora del fuego, que se alimenta y crea cosas aniquilando otras; Par-ménides con la metáfora de la esfera macisa, compacta, sin vacíos. Los relativistas (hoy con dialécticos, historicistas, constructivistas, etc.) se colocan del lado de Heráclito. Es raro encontrar defensores en es-tos días de Parménides. Sin embargo, Heidegger, nada menos, salió a recuperar las posibilidades para pensar que ofrece el Poema del de Elea, más allá de los estereotipos que conspiran, claro, contra el filoso-far genuino y el pensamiento crítico, el tema que aquí nos convoca. Además no hay duda de que el fuego de Heráclito, mientras está en-cendido, y para él está eternamente encendido (Fragm. 30), por move-dizo y cambiante que nos lo figuremos es fuego, y permanece en su identidad de fuego produciéndose en él, eso sí, todos los cambios.2020 Heidegger señala que la estabilidad del objeto de estudio de la ciencia en su ser hace posible la ciencia. Su objeto ha de tener, pues, algún tipo de permanencia a pesar de los cambios incesantes y necesarios que lo hacen ser (esos cambios que en no pocos fenómenos se realizan según leyes que precisamente manifiestan lo invariable en la variación). Dice en Identidad y Diferencia, Barcelona, Anthropos, 1988, 67: “si no se le garantizara de antemano la mismidad de su objeto, la cien-cia no podría ser lo que es. Mediante esta garantía, la investigación se asegura la posibilidad de su trabajo”. Por ejemplo, la inmutabilidad de las leyes de la natura-
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
Platón, en el Teetetos (179 d -181 b), presenta a estos dos filósofos enfrentados, “en una lucha que no es insignificante ni cosa de unos po-cos”, pero trata de conciliar ambas posturas. Y ante la incertidumbre de encontrar una solución satisfactoria (o sea, una solución que sopor-te los embates de la crítica) precisa: si vemos que los partidarios de la inmovilidad tiene razón nos uniremos a ellos. Si, en cambio, vemos que la tienen los partidarios del movilismo, se la daremos. Y si estimamos que ninguno la tiene, entonces nos daremos el gusto de reírnos de no-sotros mismos, por creer que podemos que podemos rechazar por inep-tos a hombres tan sabios, siendo nosotros tan insignificantes (181 b).
El verdadero sabio sabe reírse de sí mismo y es conciente de su insig-
nificancia, sabedor de todo lo que ignora, sabedor de que sus descono-
cimientos son cada vez mayores a medida que avanza en el conocimien-
to, sabedor de que no encontrar soluciones a las aporías de ninguna
manera descalifica a los términos en pugna que dan lugar a ellas. Platón nos da aquí una lección – dígase lo que se diga de su idealismo, de su peligroso idealismo –, y lo hace a la sombra de su maestro Sócrates, cuya sabiduría consistía en admitir que no sabía o que lo que sabía no era para vanagloriarse demasiado.
Créase o no, además de hablar dialectos griegos en que podían enten-derse, Heráclito “el oscuro” y Parménides “el de la devota figura” tu-
leza las convierte en objeto de la ciencia física. Las mismas (autá) son casi desde el inicio del tiempo idénticas (taûta) a lo que siempre han venido siendo, perma-neciendo en sí mismas (heautoi) en tal condición regulando los procesos de cam-bio que a ellas no les afectan (las tres palabras que escribí en griego aparecen en El Sofista en 254 d). Esta mismidad no sólo permite su dominio teórico; también posibilita el dominio controlado de tales leyes y de las cosas que ellas gobiernan. Platón en la obra citada cree que el Ser no se identifica simplemente con lo Mis-mo, ya que participa de lo Mismo y de lo Otro.
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
vieron bastante en común. Fueron críticos del pensamiento de su tiem-po, se alejaron del camino trillado, fatigado por los intelectuales de su época, trataron con desdén e intransigencia las ideas en boga, y funda-ron su prestigio en propuestas de una radicalidad sin par. Los dos pen-saron la Naturaleza vista como en bloque, como un todo. Uno, Herácli-to, la vio como una fuerza unificadora de ser y no ser (fuerza a la que vio bajo el poder unificante del logos) y afirmó el Todo-Uno; Parméni-des como una fuerza aglutinadora estable de ser y sólo ser (sellando a la filosofía con el problema del ser y de la identidad, como adelanté, y sosteniendo también en el fragm. 6 el Uno-Todo.
El hecho de que tengan muchas cosas en común, incluso en aspectos doctrinarios decisivos de sus propuestas, ha de ponernos en guardia contra las simplificaciones de los esquemas manidos en la historia del filosofar occidental. Suelen ser recursos escolares o de barricada po-lítica, que poco o nada tienen que ver con el pensamiento crítico. Este es sabedor de las complejidades, sutilezas, cambios en el tiempo, con-tradicciones reales o aparentes que animan la obra de los grandes filó-sofos y pensadores que han dado su fisonomía intelectual al Occidente, desde los griegos hasta nuestros días.
Alguien que se pretenda “crítico” ha de evitar caer en simplificaciones,
poco críticas, que no se ajustan ni a las fuentes, ni al cúmulo de análisis
y comentarios que ellos han dado lugar por milenios. Pero no sólo opone simplismo a complejidad. También opone complicación a simplicidad. Y
nos recuerda “la navaja de Ockham”: entia non sunt multiplicanda prae-ter necessitatem, no se han de multiplicar las cosas más allá de lo ne-
cesario. La complicación y el simplismo pueden ser una forma de ocul-
tar la ignorancia bajo el semblante de un sabiondo.
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
Ambos, Heráclito y Parménides, pues, a raíz de los problemas que pre-sentaban la permanencia y el cambio, entregaron al filosofar posterior que heredaría Platón dos de las cuestiones más importantes de su ideario: el Ser y el Logos (defectuosamente traducido por Razón), cuestiones que operarían en el pensamiento crítico (fuera cual fuera la doctrina que se hiciera a su respecto) como criterios para discernir lo verdadero de lo falso, lo aceptable de lo inaceptable, lo deseable de lo indeseable, lo conveniente de lo inconveniente, lo correcto de lo inco-rrecto, el bien del mal, etc. La Razón Crítica busca, precisamente, ra-tificar (palabra esta de la misma raíz latina de razón, ratio) cómo son las cosas del conocimiento, de la historia, de la política, de la ética, cómo es admisible hablar de ellas y cómo no lo es, cuándo lo hacemos con corrección y cuándo no, qué maneras de hablar y de pensar se ajustan a la experiencia humana del mundo y cuáles no, etc.
Sin embargo, sucedió algo inevitable tratándose de filosofía. Platón, obsesionado como estaba con el problema del ser y del no ser, y habiéndose inclinado en un momento de su vida más hacia la metafísica del ser de corte parmenideano (a pesar de haber estudiado con Crati-lo, un seguidor de Heráclito), se vio obligado sin embargo, y contra sus deseos, a cometer el “parricidio” en el Sofista (241 d): tuvo que “ma-tar” a su padre Parménides21 para ser fiel a lo que se le manifestaba que era más ajustado a la realidad, o sea “para salvar los fenómenos”.
La rigidez de la ontología del eleata paralizaba su pensamiento y le im-pedía dar cuenta de lo que, a su juicio, verdaderamente acontecía en el
21 Al afirmar que el no ser, en cierto modo, es y que el ser no existe de alguna manera, lo que va en contra de afirmaciones de Parménides que cierran tal posi-bilidad tajantemente según la interpretación que da Platón al texto del Poema.
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
mundo real respecto del ser de las cosas. Con ese parricidio, dio mues-tras de su grandeza como pensador y de su conciencia crítica insobor-nable. Muchos de quienes se declaran antiplatónicos y críticos podrían aprender de él en este aspecto.
El pensamiento crítico sabe que no existe pensador, por grande y ge-nial que nos parezca, que no tenga fallas, que no haya dicho disparates por ignorancia o error en sus fuentes, que no haya extrapolado indebi-damente sus hallazgos obnubilado por ellos, traspasando límites que no debía a causa de esa obnubilación u obcecación, que no haya sido su-perficial en muchos de sus juicios, que no haya tenido posiciones etno-céntricas, que no haya quedado preso de los sortilegios del idioma en que pensaba, que no haya seguido los prejuicios de su tiempo y cultura, etc. Saber reconocer las fallas, las faltas, los dislates en el autor de nuestras preferencias no sólo condice con el espíritu crítico que es cauteloso con el argumento de “autoridad”; también, llegado el caso, si tiene que cometer el “parricidio” no duda en cometerlo, pese a sus gus-tos y su renuencia en hacerlo. Como lo hizo Platón con Parménides y como lo hizo Aristóteles con Platón. Entre la verdad y el amigo, el filó-sofo ha de preferir la verdad, dice Aristóteles en la Ética a Nicómaco 1096 a 16.
Ahora, Platón, algo de esto ya adelanté, pasó de ser el crítico universal a ser universalmente criticado. Y, como se suele exponer, su discípulo Aristóteles dio inicio a una escuela “antiplatónica”, a la que se le dio el nombre de “peripatética” porque en el Liceo se filosofaba “caminando”. Aristóteles atacó la solución platónica de las Ideas (incluso algunos creen que lo hizo estando en la Academia en vida de su maestro). Noadmitía a éstas como la única posibilidad para dar razón firme e incon-
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
movible de un conocimiento ajustado y confiable de las cosas, como lo único cognitivamente digno de confianza. Sin embargo, como es de so-bra conocido, el mismo Platón había presentado en su Parménides las objeciones de que podían ser objeto sus ideas, objeciones que se cree que se debatían en la Academia entre él y sus discípulos. Su pensa-miento crítico era muy cauteloso, y consciente de las aporías o callejo-nes sin salida a que se podía arribar con su teoría. No pudo llegar en ese diálogo (ni en el Teetetos) a conclusiones que le resultaran asegu-radas y definitivamente mejor que otros argumentos alternativos. 22
En su lucha contra las Ideas platónicas entonces, Aristóteles no hacía en realidad sino continuar una tradición de la Academia y era fiel al espíritu platónico.23 Su maestro había dado el ejemplo: presentaba en sus escritos los argumentos que lo combatían, incluso cuando no estaba en su poder rebatirlos. Y no se trataba de cuestiones menores sino de aquellas que tocaban el corazón de sus convicciones y enseñanza.
Pocas cosas han sido más atacadas por los antiplatónicos como el mun-do de ideas “invisibles” imaginado por el ateniense, mundo aparente-mente separado, apartado, de nuestro mundo material, visible, tangi-
22 En el Parménides la autocrítica a las primeras formulaciones a su teoría de las ideas queda inconclusa y en suspenso. En el Teetetos después de hacer la crítica al relativismo de los sofistas, concluye de manera negativa sobre el verdadero sa-ber. 23 No faltan quienes creen que cuando Aristóteles, después de muerto Platón, ata-ca en Metafísica 992 a 32-33, a algunos académicos (¿Espeusipo?) que en ese momento tendían a convertir la filosofía en matemática, era para esa época un verdadero platónico con el convencimiento de que él daba la única solución a los problemas planteados por la teoría de las Ideas. Aristóteles, estando en Nasos, dando sus clases de metafísica, atacaba algunos aspectos de la teoría de las Ideas como un platónico entre platónicos para esos días. Cf. W. JAEGER, Aristóteles, México, FCE, 1946, p. 194-223.
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
ble, real en que vivimos y penamos. Por conocido, dejo este tema.
Se le ha endilgado, además, que darle estatuto a las ideas de ser lo más real y verdadero y a las que sólo tienen accesos unos pocos inte-lectuales, hizo y hace posible en su idealismo – simplifico ex profeso la crítica áspera y combativa que se le ha hecho y sigue haciendo – la ex-plotación de unos hombres por otros y el robo de las energías de “los más” para mantener el sistema de poder y el capital de “los menos” que los intelectuales “idealistas” sostienen, lo sepan o no, les guste o no, lo quieran o no. Por otro lado, y lejos del marxismo, las críticas de Nietzsche al platonismo son conocidas y de ellas se ha hablado hasta el cansancio. Y hoy, dado que vivimos en tiempos postnietzscheanos, se reclama a la filosofía crítica que invierta al platonismo. Uno de los ada-lides en esta inversión, siguiendo la consigna nietzscheana, ha sido G. Deleuze.
Lo curioso es que muchas de las críticas dirigidas al pensamiento de Platón han adoptado en parte la figura intelectual del platonismo; han caído en sus redes y han quedado presas en él, de la misma manera que Platón no dejó de ser “homérico” a pesar de sus críticas al poeta y a pesar de haberlo echado de su ciudad ideal, ni Aristóteles dejó de te-ner rasgos platónicos en aspectos fundamentales de su teoría, aunque haya rechazados muchas de sus ideas y propuestas.
Se puede mostrar que la obra platónica contiene, en ciertos pasajes o planteos, su propia negación, su propio antiplatonismo por así decirlo, como acabo de sugerirlo al mencionar la autocrítica que hizo a su teo-ría de las ideas en el Parménides. Si es así, hemos de aceptar que la in-versión del platonismo que se quiere hacer podría encerrar el cumpli-
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
miento de éste24. Antes he señalado que condenó las artes de las imá-genes con la imagen de la caverna. Ahora bien, si se condena la imagen de esa alegoría con discursos que rescatan y sostienen la entidad efectiva y real de los simulacros, de los “eidola”, de las fábulas, las apariencias y las máscaras, se vuelve a condenar una imagen con otras. como hizo Platón.
Más atrás he dicho que condenó la escritura en un texto escrito, el Fedro; que condenó en el Gorgias y en la República las máscaras tea-trales con la máscara de Sócrates. Podríamos añadir ahora al argumen-to el hecho de que exaltó el frenesí, el delirio y la locura con un dis-curso sofrenado, realista, sensato en el Fedro, diálogo en el que sos-tiene que la profetisa de Delfos y las sacerdotisas de Dodona poseídas por frenesí divino () produjeron grandes beneficios a la Grecia; en cambio poco o nada en estado de cordura (244 a). Excluyó a las mu-jeres de su filosofía en el Banquete pero, en boca de Sócrates, entre-gó allí a Diotima el discurso sobre el amor. Con mitos purificó el Pan-teón “racionalmente”. Condenó en Las Leyes las danzas orgiásticas de trance y posesión pero no tuvo reparos en presentar a Sócrates como un coribante también en El Banquete. Y la lista no acaba aquí.
Pareciera pues que cuando se cree haber triunfado sobre él, uno se da cuenta que todavía está atrapado en su tela de araña; que ganarle la batalla es un fracaso o si se prefiere que tener éxito al rebatirle sus
ideas o soluciones es una forma de fracaso porque uno termina aseme-24 Foucault, en clave parecida aunque no idéntica, se pregunta en Theatrum phi-losophicum si todas las filosofías pertenecen al género antiplatónico. “¿Se dispon-drían todas alrededor de ese centro deseado-detestable? Digamos, más bien que la filosofía de un discurso es su diferencial platónico. ¿Un elemento que está au-sente en Platón, pero presente en él?”
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
jándose a él.25 Por eso la filosofía occidental, como lo formuló White-head, no es sino una larga nota al pie de página a la obra de Platón. Y ¿si definiésemos, en última instancia, como filosofía, se pregunta Fou-cault tras Deleuze en Theatrum Philosophicum, cualquier empresa en-caminada a invertir el platonismo? Entonces, la filosofía empezaría con Aristóteles… Pero ya sabemos: el Estagirita en aspectos fundamenta-les de su pensamiento es más platónico de lo que han estado dispuestos a aceptar sus seguidores más acérrimos.
No hay duda: vivimos hoy tiempos postnietzscheanos, antiplatónicos: descreemos de la existencia un mundo de Ideas, un mundo de esencias invisibles, inmutables, universales, perfectas. El idealismo de Platón produce urticaria o gastritis según los casos. El materialismo proclama la innegociable dureza corporal, física, de lo real. El historicismo se siente triunfante y canta victoria: no creemos en verdades absolutas, ajenas al tiempo, dadas de una vez para siempre. Renegamos de la me-tafísica y de los universales, de los dogmas y de cualquier forma de es-colasticismo. El relativismo ético está a la orden del día y el relativis-mo cultural gana a diario más adeptos. Se lucha por la “diferencia” y la cuestión del género y su debate pone nerviosas a muchas feministas cuando aparece la sombra de Platón y su falogocentrismo26. Sea.
25 Como suele suceder con la metafísica: se proclama el fin de ella, pero en defini-tiva sólo es el fin de un conjunto de proposiciones metafísicas que son reemplaza-das por otro conjunto de ellas. 26 Así lo confiesa J. Butler: “La amplitud y el carácter especulativo de las declara-ciones de Irigaray siempre me han puesto un poco nerviosa […] ¿Se repite en ella el eco de la voz del padre filosófico o ella ocupa esa voz y se insinúa en la voz del padre? […] ¿Cómo resuena la diferencia con el padre filosófico en la imitación que parece repetir tan fielmente la estrategia de Platón?” Cuerpos que importan, Bs. As., Paidós, 2002, 67.
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
Y sin embargo muchos han puesto en duda tal victoria sobre la condi-ción platónica de nuestro pensamiento. Se sospecha de que algo anda mal en tal triunfalismo. El historicismo pretende no ser pasajero, quie-re valer para siempre, pretensión que lo convierte en una excepción in-explicada de lo que él mismo proclama. El materialismo dialéctico pre-tendió sobrevolar los cambios de la historia y darnos a conocer lo que no varía – la historia material - en lo que varía; o sea, darnos a conocer la fijeza inconmovible de las leyes dialécticas del devenir, las leyes que rigen los procesos naturales, históricos y de prácticas teóricas que só-lo él develaría con verdad segura27. Las concepciones respecto del “su-jeto”, al proclamar su singularidad, quieren tener alcances universales, por encima de las diferencias culturales, o detectar estructuras inva-riantes en la diacronía. Por otro lado, se buscan normas que sean admi-tidas con validez universal, pues de lo contrario es imposible un mínimo de convivencia social, en cualquier nivel que esa convivencia se dé (fa-miliar, comunal, nacional, internacional)28. No se acepta que “nuestra verdad de hoy sea considerada mañana un error o falsedad de nuestra
27 Althusser expresó que la universalidad del marxismo alcanzará su máximo de-sarrollo en la teoría general (la dialéctica) “…la que es expresada teóricamente la esencia de la práctica teórica en general, y a través de ella la esencia de la prácti-ca en general, y a través de ella la esencia del ‘devenir’ de las cosas en general”. Lo dice textualmente en Pour Marx. Esto significa, como dice A. Glucksmann, en Althusser: un estructuralismo ventrílocuo, Barcelona, Anagrama, 1971) que “la teo-ría es un proceso de pensamiento que tienen sus propias leyes y a la que ninguna referencia al proceso real, de la sociedad o de la historia puede invalidar o justifi-car. Como consecuencia de ello son eliminadas las pretensiones extremas que pueden conducir a una sociología del conocimiento y al historicismo en general a querer juzgar un conocimiento, no en nombre del conocimiento, sino frente al tri-bunal de una historia dada tal cual, sin más teoría” (23-34). 28 La teoría de las ideas en los diálogos juveniles de Platón, tenía una intención ética de inspiración socrática: definir las virtudes de modo que sirvan de medida “objetiva” e independiente de la opinión de cada uno para juzgar el valor moral de una acción y mejorar así la vida en común.
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parte”. Y si la teoría y las verdades cambian por ser históricas y por-que cambia su objeto de estudio o tratamiento, el principio - que enun-cia ese seguimiento fiel a una realidad que varía - es sostenido con fe inmutable. Y así sucesivamente. Con un agravante: nadie quiere verse criticado, pero, eso sí, quiere tener el derecho irrestricto, inalienable, de criticar a todos los demás. Helas.
El listado mínimo y ocasional, que acabo de exponer, apunta simplemen-te a sugerir un estado de cosas en el mundo de los pensadores y de sus propuestas teóricas. Es, además, indicativo de un cierto platonismo subyacente; o por lo menos que todavía nos debatimos sin que se haya resuelto definitivamente la cuestión. Oscilamos entre Scilla y Carib-dys.
Y entre nosotros muchos todavía creen que se ha de dar un rodeo por
la “teoría” (el afuera), o sea tomar con una teoría distancia crítica, pa-ra desenmascarar el engaño de las apariencias. Un rodeo que nos hace ver la condición engañosa de nuestros conocimientos habituales; o la de esos conocimientos que damos por sentado que son verdaderos y que recibimos con la lengua; o la de los simulacros “virtuales” que social-mente pasan por lo real; o la de los sofismas que circulan por el cuerpo político merced a que han sido impuestos hegemónicamente por parte de quienes ha tenido o tienen el poder de lograr tal imposición; o la de las mentiras que son parte necesaria e imposible de extirpar de los discursos, proclamas y panfletos constituyentes de la política y de sus armas en el campo conflictivo y belicoso en que se ejerce, y constitu-yentes también de la perversión o traición de sus instituciones o de sus decisiones y decretos arbitrarios, etc.
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Otros, por el contrario, dando un rodeo teórico, tomando la distancia crítica de una teoría, proclaman que el engaño de los simulacros no existe, pues no hay una verdad última que pueda revelar su condición engañosa. No hay en definitiva un “detrás” verdadero que pueda mos-trarlo como engaño.29 O sea, un rodeo teórico – como lo imaginó Platón
en la caverna saliendo de ella al afuera de la realidad verdadera de las
cosas – nos permite ver el engaño del rodeo teórico platónico. El afuera de la caverna, se nos dice, es en realidad una ilusión imaginada en el interior de ella: no hay afuera (¿y caverna?). Sin embargo, es un rodeo por algún “afuera” teórico el que nos revela que estábamos en-gañados con los simulacros: no hay otra realidad; que su apariencia no es tal; que la única apariencia es la de nuestros juicios influidos por Platón respecto del estatuto ontológico de los simulacros constituidosahora, por influjo de Nietzsche, en la única realidad. El rodeo suele serentonces una vuelta por el discurso teórico del autor de nuestras pre-ferencias, alguien a quien creemos liberado de los engaños, fuera de ellos y que por eso mismo nos ayuda a desengañarnos liberándonos de los engaños y cadenas de las oscuridades en que yacemos por nuestro platonismo. Tal como lo pinta la descripción platónica de la caverna.
Salimos y entramos continuamente de ámbitos de verdades y de ámbi-tos de engaños. Tomamos distancias teóricas para mostrar la verdad que se hace manifiesta “detrás” de creencias engañosas que recibimos socialmente. O tomamos distancias teóricas para mostrar en tales
29 Así lo expresa Nietzsche en El ocaso de los ídolos: “Los motivos por los cuales este mundo fue definido como mera apariencia son los que demuestran, por el contrario, su realidad; otra cualidad de realidad es absolutamente indemostra-ble”. “La razón en la filosofía”, # 6. Y una página más adelante: “¿Qué mundo ha quedado? ¿Acaso el aparente?. Pero no. ¡Con el verdadero mundo hemos supri-mido también el aparente!”.
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creencias la verdad que las asiste, pues en definitiva son la única reali-dad – ya que no hay un “afuera”. Una teoría nos dice que no hay teoría pura más allá de este mundo sensible: una teoría, bajo el patronazgo de Nietzsche, nos muestra al mundo convertido en fábula, donde detrás de cada apariencia no hay una realidad en sí (supuestamente la verda-dera) sino otra apariencia, otra máscara, otra mentira vital que damos por verdad para poder (sobre)vivir. Ay Platón, qué europeos has hecho a los europeos.
Ser críticos con Platón supone ser precavidos. Muchas de sus creen-cias, por cierto, son hoy inaceptables. No resultan del gusto de nuestro tiempo (ya lo he dicho: nuestra época es de espíritu antiplatónico, to-mada esta palabra en un sentido más bien vulgar y estereotipado, algo peligroso en este contexto), no son del gusto de hoy digo planteos su-yos ético-políticos, o aspectos idealistas de su epistemología metafísi-ca, o su desdén por la democracia, o su dualismo soma/psyjé, etc.
Pero no podemos desconocer, si pretendemos ser lúcidos y agudos en el tratamiento de estas cosas, que ciertos principios formales de su estructura intelectual, principios que orientaban su deseo de un cono-cimiento confiable, válido, ajustado, de lo que hay, siguen teniendo vi-gencia. Y hasta la miope visión positivista, tan obcecada ella y anacró-nica, tan contraria a la filosofía que heredamos del ateniense, acepta sin saberlo exigencias de teoría por influjo de Platón, exigencias que continuaban la tradición jónica de la “ciencia” y que marcan a la ciencia de hoy, tan distinta sin embargo de la griega. No pocas veces sin sa-berlo pensamos a la manera platónica, como le sucedió a Aristóteles, más allá de su rechazo a la Ideas, de su reformulación de ciertas cate-gorías y de otras divergencias profundas con su maestro.
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
Con su famosa alegoría de la Caverna, Platón selló el destino de la cien-cia de Occidente como un proceso que no se deja llevar por los conoci-mientos que nos resultan familiares (conocimientos de sentido común para nosotros porque lo hemos mamado desde la infancia), ni por las impresiones meramente sensibles o empíricas de las cosas, ni por la fantasía imaginativa de las narraciones literarias, ni por las represen-taciones escénicas de la dramaturgia, ni por las narraciones míticas, ni por la retórica de los charlatanes.
Todavía piensan algunos que el camino ascendente de la ciencia necesi-ta hacer un rodeo por la theoría para adquirir estatuto científico. To-davía piensan que la ciencia busca salir de la oscuridad de los engaños e ignorancia en que yacen los hombres comunes y silvestres para acceder al conocimiento de lo que es cognitivamente digno de confianza (justa-mente una posible definición de la “idea” platónica30). Ese camino as-cendente es crítico: sigue un método lógico, un método “del logos”, que Platón llamó la dialéctica pues se hacía en diálogo con otros, una forma probada que permita subir por escalones o peldaños (en griego, hipóte-
sis) seguros hacia conocimientos mejores.
Ahora, como para sus antecesores en la búsqueda de una episteme bien fundada, Platón estaba convencido de que era mejor conocimiento el que captaba la unidad de lo diverso. La Idea, justamente, era para él la mejor realización de esa unidad. En ejemplos modernos, podemos decir que es mejor la unificación que da del mundo físico la teoría atómico-molecular que la teoría de los cuatros elementos; o que es mejor la uni-ficación explicativa del universo que da la teoría de Einstein que la de
30 G. VLASTOS, “Degrees of reality in Plato”, en R. BAMBROUGH (ed.), New Essays on Plato and Aristotle, London, Routledge & Kegan Paul, 1965.
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Newton ; o que es mejor no unificar el significado de verdad con la fi-gura de la adecuación. Otros, en cambio, discutirán si es mejor o noafirmar la unificación lacaniana del psicoanálisis que la freudiana; o de-tarán si la teoría sociológica de Bourdieu es mejor o no que la del Pro-grama Fuerte de Edimburgo porque articula, da sentido y explica uni-tariamente más dimensiones de las prácticas en una mayor diversidad de campos científicos; o argumentarán sobre si la filosofía social que se desprende de las teoría foucaultiana es mejor o no que la haberma-siana, etc.31
En todos estos casos, sin tener afinidad ninguna con los contenidos de la doctrina platónica y hasta sintiendo fastidio por ellos, se está coin-cidiendo con él en que un buen criterio de conocimiento mejor y más digno de confianza epistemológica es la búsqueda de modelos que dan una cierta unidad a lo que en una impresión primeriza y burda aparece disperso, desconectado, fragmentario, azaroso, o cosas de esta índole. La inversión del platonismo implicaría precisamente rechazar todo esto y quedarse con impresiones primerizas, burdamente empíricas, sin crí-tica de la razón teórica.
Para finalizar dos palabras sobre el papel liberador que dio Platón a los filósofos en la caverna. Los obliga, una vez que han dado el rodeo teó-
31 Merece ser destacado aquí que el recurso lógico a la abducción de raigambre pierceana supone aceptarla como una inferencia que nos capacita para conjeturar hipótesis explicativas falibles pero mejores que otras lógicamente posibles como un procedimiento adecuado para el descubrimiento de nuevas ideas en la ciencia y en otros contextos de conocimiento (interpretaciones lingüísticas, diagnósticos médicos, investigaciones detectivescas, etc.). Sobre esto, S. LUCERO, “Descubri-miento e inferencia a la mejor explicación” en G. KLIMOVSKY, Los enigmas del des-cubrimiento científico, Bs. As., Alianza, 2005, 81-97. Remito a mi trabajo El Logos de Eros del 2006.
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rico por el que accedieron al conocimiento de la realidad de las cosas, a volver a la caverna para socorrer a sus ex compañeros de prisión libe-rándolos del engaño en que viven tomando por realidad a las sombras cuando en el fondo no son sino simulacros, meras apariencias. Dando un salto, es interesante constatar cómo los philosophes de la Ilustración (Voltaire, Diderot, Rousseau, Kant) se pusieron como propósito iluminar a todos los hombres del planeta. Buscaron liberarlos de la ignorancia –muy fácilmente superable – pero por sobretodos las cosas liberarlos de los prejuicios de la tradición que los mantenían según ellos “en la mino-ría de edad” para usar las palabras de Kant en ¿Qué es la Ilustración?Así se dispusieron a enseñarles cómo pensar por sí mismos (una con-tradicción pragmática ya señalada por el mismo Kant), con autonomía racional, críticamente, ascendiendo por escalones metódicos e infor-mación no censurada, a las cumbres del saber posible dentro de la ex-periencia y sin delirios metafísicos. Lucharon pues, como los viejos pensadores griegos, contra la superstición y la idolatría, o contra una determinada representación de Dios (lo hicieron tanto teístas como ateos), o contra el fanatismo y la intolerancia, o contra toda autoridad no cuyas decisiones y medidas no estuvieran basadas en la razón, etc.
Con cierto reconocimiento y estrépito, continuaron esa tarea crítica y liberadora de la Ilustración, Comte, Marx, Nietzsche. Lo común a sus posturas tan disímiles, y sin importar cuán incompatibles se vean entre sí y cuán antiplatónico se declare, es que cada uno se muestra como un intelectual liberado de alguna caverna donde ha creído estar prisionero de convicciones erróneas e ilusorias, o encadenado por una falsa con-ciencia de sí y de las cosas. Y cada uno se juzga a sí mismo destinado a liberarnos contándonos a todos los hombres (Platón también hablaba a “bárbaros y helenos”), cómo son las cosas en realidad de verdad o mos-
Romeo César – El pensamiento crítico. 2. Platón
trando, ahora sí, el verdadero rostro de lo real (entendiéndose “lo re-al” como se entienda). Se entabla así una lucha, como desafía el estu-dioso franco-suizo César Camichel, entre los distintos intelectuales que se nos presentan como los liberadores de los falsos liberadores.
Cada uno de ellos pretende darnos una apreciación más ajustada (¿más adecuada?) de lo que las cosas son en el fondo - ya que no hablaremos del “afuera luminoso de la caverna” -, si nos atenemos a sus discursos críticamente fundados, incluyendo entre esas apreciaciones y discur-sos aquello que niegan la posibilidad de acceder a la realidad o a lo real con verdad, sobreentendiendo así, curiosamente, que tal creencia nos habla de algo que en verdad acontece el mundo: la imposibilidad de ese acceso.
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